martes, 17 de agosto de 2021

INSTRUMENTOS DE JUICIO Y DISCIPLINA

 

“Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Damasco, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque trillaron a Galaad con trillos de hierro. Prenderé fuego en la casa de Hazael, y consumirá los palacios de Ben-adad”.                                                      (Amós 1:3-4)

La orden fue dada desde Damasco, la capital de Siria, para invadir Galaad, un sector de Israel. El rey extranjero Hazael tomó la región y fue extremadamente cruel con sus habitantes.

Aunque siempre nos cuesta comprender, era el “instrumento de Dios” para traer juicio sobre su pueblo, entregado a la idolatría y al secularismo autosuficiente.

El profeta Amós tenía la ingrata misión de explicar al pueblo por qué la vida era tan dura y por qué Dios los dejaría a expensas del invasor. Lastimosamente, no se arrepintieron.

Siria entró con trillos de hierro, asesinó despiadadamente y quemó la región. La sojuzgó y explotó a su población y recursos naturales.

Si bien es cierto, hubo reinados en el Antiguo Testamento que fueron instrumentos del juicio de Dios, también es verdad que ellos mismos fueron juzgados por el Creador a causa de su maldad extrema.

Con el tiempo, la invencible Siria también fue invadida y transportada a lugares de confinamiento, siguiendo el ciclo de la maldad y la respuesta de Dios.

Hay reinados, países, agrupaciones y aun personas que, no obstante su maldad, pueden llegar a ser extrañamente instrumentos del juicio y disciplina de Dios por un tiempo. Irremediablemente, ellos tampoco escaparán del brazo fuerte y contundente del Señor a su debido momento.

ORACIÓN: Padre, ayúdanos a comprender los tiempos y aceptar aun con tristeza cuando viene tu juicio y disciplina a causa de la maldad de la nación, del pueblo, de la familia y aun de nosotros mismos. Que tu misericordia nos ampare. Amén.

PENSAMIENTO: Hay instrumentos de Dios para bendición y disciplina. Ambos vienen de parte del Señor y pueden ser detectados a través del discernimiento espiritual y la autocrítica sincera.

JAIME ECHEVARRÍA

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