Uno de los hombres más enigmáticos de
la historia es Judas Iscariote, el hombre que lo tuvo todo. Su maestro fue el
mismísimo Jesús de Nazaret.
Elegido como uno de los doce
apóstoles, fue enviado a predicar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos por
las aldeas.
Era el administrador celoso de los
recursos en los viajes de Jesús, y participaba de las reuniones más reservadas
con el Maestro.
Judas Iscariote tenía todos los
elementos para salir airoso en esta vida, pero sorprendentemente terminó
destruyéndose a sí mismo.
Cuando Judas cometió la traición, y
se dio cuenta de que habían condenado a muerte a Jesús, se llenó de
remordimiento. Así que devolvió las treinta piezas de plata a los principales
sacerdotes y a los ancianos.
“He pecado”, declaró, “Porque
traicioné a un hombre inocente”.
“¿Qué nos importa?”, contestaron. “Ese
es tu problema”.
Entonces Judas tiró las monedas de
plata en el templo, salió y se ahorcó.
Nunca nadie estuvo tan cerca de
Jesús, y a la vez tan lejos.
Estar en la mesa del Maestro,
compartir el pan, disfrutar de sus enseñanzas, y aun ser testigo de sus
milagros, puede llegar a ser una experiencia maravillosa.
Sin embargo, todo ello podría ser
infructuoso sino se plasma en decisiones firmes e inamovibles. “El que
persevere hasta el fin, este será salvo”.
ORACIÓN: Padre, queremos estar
siempre cerca de ti, pero que tu Palabra influya poderosamente en nuestras
decisiones trascendentales. Amén.
PENSAMIENTO: Que la Palabra de Dios
inunde nuestra mente, ordene nuestras emociones y marque nuestras decisiones.
JAIME ECHEVARRÍA
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