lunes, 26 de julio de 2021

LA CARRERA DE LA VIDA

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”.                                                                                            (Hebreos 12:1-2)

Aunque no lo veamos así, estamos en una carrera con tribunas llenas. Ángeles nos miran con gran entusiasmo, y a la vez contemplan el rostro de Dios a cada paso que damos.

El ganador no será el primero que llegue, pues muchos salieron del partidor antes que nosotros. La entrega de premios tendrá que ver con los que finalmente llegaron y en las condiciones en que arribaron.

El peso de cada corredor será fundamental, y cada cierto tiempo tendremos que pasar por el escrutinio escrupuloso de la báscula de Dios.

En esta figura de la carrera podemos entender mucho mejor a un Dios que observa lo que llevamos a cuestas, no porque desee señalarnos, sino porque anhela que alcancemos la victoria.

Dos tipos de carga son las que se nos ordena dejar: Todo peso que nos impida avanzar, y el pecado que nos debilita por dentro.

Al igual que en las competiciones atléticas, el peso del corredor y una correcta nutrición serán determinantes para llegar a la meta.

El peso innecesario tiene que ver con las culpas, complejos, malos recuerdos y limitaciones paralizantes, que aplastan nuestras ansias de correr libres, a nuestro máximo potencial.

El pecado es la ingesta de sustancias nocivas que, muy agradables por fuera, terminan debilitándonos al interior y alejándonos de aquel Dios que nos impulsa a ganar.

El peso tendrá que ser traído al altar de Dios, y el pecado tendrá que ser confesado. Este procedimiento no es únicamente al inicio, sino durante toda la carrera.

Si observas que estás perdiendo velocidad y una clara visión de la meta, es un buen momento para que te detengas, pues esta carrera se lleva adelante con paciencia.

Analiza el peso inútil que cargas, la pérdida de energía en lo que solo desgasta, y el orgullo que no te deja escuchar el consejo. Con respecto al pecado, no lo dejes germinar en tu vida. Todos nos equivocamos, pero será determinante confesar el error a tiempo.

Solo así podremos correr ligeros, purificados nuestros corazones, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.

“Los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”.

ORACIÓN: Padre, nos acercamos a ti y te entregamos todo peso personal que no nos deja avanzar. Confesamos que somos pecadores necesitados de tu auxilio para seguir adelante. Amén.

PENSAMIENTO: Estamos en una carrera en medio de testigos. No solo se trata de llegar a la meta, sino de cruzarla con la complacencia de Dios.

JAIME ECHEVARRÍA

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