“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. (Hebreos 12:1-2)
Aunque no lo veamos así, estamos en
una carrera con tribunas llenas. Ángeles nos miran con gran entusiasmo, y a la
vez contemplan el rostro de Dios a cada paso que damos.
El ganador no será el primero que
llegue, pues muchos salieron del partidor antes que nosotros. La entrega de
premios tendrá que ver con los que finalmente llegaron y en las condiciones en
que arribaron.
El peso de cada corredor será
fundamental, y cada cierto tiempo tendremos que pasar por el escrutinio
escrupuloso de la báscula de Dios.
En esta figura de la carrera podemos
entender mucho mejor a un Dios que observa lo que llevamos a cuestas, no porque
desee señalarnos, sino porque anhela que alcancemos la victoria.
Dos tipos de carga son las que se nos
ordena dejar: Todo peso que nos impida avanzar, y el pecado que nos debilita
por dentro.
Al igual que en las competiciones
atléticas, el peso del corredor y una correcta nutrición serán determinantes
para llegar a la meta.
El peso innecesario tiene que ver con
las culpas, complejos, malos recuerdos y limitaciones paralizantes, que
aplastan nuestras ansias de correr libres, a nuestro máximo potencial.
El pecado es la ingesta de sustancias
nocivas que, muy agradables por fuera, terminan debilitándonos al interior y
alejándonos de aquel Dios que nos impulsa a ganar.
El peso tendrá que ser traído al
altar de Dios, y el pecado tendrá que ser confesado. Este procedimiento no es
únicamente al inicio, sino durante toda la carrera.
Si observas que estás perdiendo
velocidad y una clara visión de la meta, es un buen momento para que te
detengas, pues esta carrera se lleva adelante con paciencia.
Analiza el peso inútil que cargas, la
pérdida de energía en lo que solo desgasta, y el orgullo que no te deja
escuchar el consejo. Con respecto al pecado, no lo dejes germinar en tu vida.
Todos nos equivocamos, pero será determinante confesar el error a tiempo.
Solo así podremos correr ligeros,
purificados nuestros corazones, puestos los ojos en Jesús, el autor y
consumador de la fe.
“Los que esperan en el Señor tendrán
nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán;
caminarán, y no se fatigarán”.
ORACIÓN: Padre, nos acercamos a ti y
te entregamos todo peso personal que no nos deja avanzar. Confesamos que somos
pecadores necesitados de tu auxilio para seguir adelante. Amén.
PENSAMIENTO: Estamos en una carrera en medio de testigos. No solo se trata de llegar a la meta, sino de cruzarla con la complacencia de Dios.
JAIME ECHEVARRÍA
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